Hay cuestiones de la vida que parecen misteriosas. ¿O son misteriosas?. Nunca supe si realmente me acosó un problema psiquiátrico, algo esotérico o extraterrestre. ¿Una ilusión de la mente?. Sí, sé, entre otras cosas, que en mi habitó el pavor y la desolación. Estremecido por el llanto y elucubrando explicaciones fantásticas, pude atisbar el infinito. Supe de tribulación y miedo. El fantasma de la locura rondando cada tanto mi espíritu. La risa como medio de salir de un sótano de estridencia maldita. Como un consuelo estrepitoso. Una jarana sin sentido, que auguraba la fétida presencia de un demonio íntimo, burlón, mentiroso que me señalaba como fracasado, inútil, perezoso, miedoso. ¿A dónde quería llegar ese fantasma de pliegues absurdos que conmemoraban crisis y más crisis?. A la muerte. Al pavoroso final de un principio de los principios. El comienzo de una nueva estratagema que me licuaba el alma, con el fin de quedarme solo con la nada y la pavorosa marca de la tribulación ante sonoras oraciones de ruego en un "¡Nada te turbe...nada te espante...quien a Dios tiene nada le falta."!..´parafraseando a la santa que lo decía, víctima ella, de la otra desolación de una católica, que, en todo caso, fue una mujer valiente. Valiente como todos los que nos enfrentamos con nuestros propios fantasmas. Con nuestras mentiras, nuestras señales de ¿quizás una evolución incomprendida?. ¿O haya que decir que se trató de La noche Oscura del Alma como dijo San Agustín? Emergencias espirituales que nos hacen pasear por los paisajes del Héroe. Porque ¿qué fue lo que me pasó sino un pasaporte a la evolución de enorme transcendencia para un hijo de vecino dispuesto a amar, comprender, ser feliz y humilde?. Ya no quedan dudas. ¿O si?.
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