A fin de que los que me lean puedan asimilar alguna relación que tengan con estados alterados de conciencia, o con situaciones difíciles de comprender, y para descargar un recuerdo de algo espantoso, que vivi por más de veinte seis años, les voy a relatar cómo padeci la que le llamé con tres nombres: primero, situación mental; luego, paranoia, y al final, le llamé, fobia, directamente.
Pánico, de cuatro o cinco horas, a casi todo lo que me rodeaba. Nunca pude definir bien a qué era mi sudor, mi inquietud, mi desolación, mi miedo...
Una ventisca helada, que, en ciertas ocasiones, me quería lanzar a la furia, o a romper cosas. Un atisbo del infierno más despampanante. Empezó en 1978. Y siguió muy fuerte, en 1980, cuando cursaba el primer año de Periodismo, en la facultad Juan A. Mazza, de la ciudad de Mendoza, Argentina.
Venia al principio, una vez por semana. Generalmente a las cinco o seis de la tarde. Me encontrara donde me encontrara. Palpitar del corazón, sudor, y una especie de manto negro, que cubría mi cara. Una sombra de dolor y desconcierto, que tuve el valor de soportar, con pasmoso estoicismo. Al principio, no decía nada a nadie, y lo pasaba. Tragando saliva, como le diría años después, a mi amigo Roberto. Una carcajada del diablo, que parecia apretarme el alma.Se fumaba un cigarrillo, y se reía de mi, disparando dardos a mi espíritu. No acertaba en comprender de dónde venia esta sombra pasmosa, lacerante, simplemente, horrorosa. Paso un tiempo, y ya no podía más que comunicarla a mi madre. Y lo empecé a decir a ella, y también a mi padre. Me encerraba en mi pieza. Mirando el techo, y elucubrando preguntas de todo tipo. Con baja autoestima, pensaba en que yo no valía nada. Simplemente, no hacia nada, pero me aplastaba todas las semanas. Después, era dos o tres veces por semana. Perdí de esta manera, salir con chicas, divertirme, pasarla bien. Porque cuando le descubrí la ciclicidad, el ritmo semanal, ya no quería salir a ningún lado, porque me daba verguenza pasar con manos transpiradas, y ojos desorbitados, ante la gente. Me pasé miles de veces, en la cama, y otras, miles caminando en la calle, "perdido", sin saber qué hacer. Y con un trémulo de pavor, como decia el poeta, Pedro B.Palacios, en su arenga "No te sientas vencido, ni aún vencido...no te sientas esclavo, ni aún, esclavo...trémulo de pavor, siéntete bravo, y arremete feroz, aún mal herido"...Así fue. Pasé por este 26 años, y después, por obra de un Dios insólito, benevolente, y castigador, salí de esto, totalmente. Sólo hace siete u ocho años, amigos. Podría decir, que la despedida fue un mes como el de octubre, de ahora, pero de 2004. Tuve una o dos más, tenues, en 2005, y 2007. Y desde este último año, jamas la volví a padecer. ¿Qué no es posible?. Todo es posible en la dimensión desconocida. En la de la pálida mueca del dolor incomprendido...y vencido.
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